Mitología Japonesa: Yamata-no-Orochi

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Cuando el mundo fue creado, era propiedad de un dios muy poderoso; y cuando este estaba por morir, lo dividió entre sus dos hijos e hija.
A la niña llamada Ama, le dió el sol; al niño más joven llamado Susano, le dió el mar; al segundo niño, cuyo nombre he olvidado, le dio la Luna. El Chico de la Luna se comportó bien, y aún pueden ver su alegre rostro en una noche clara cuando la luna está llena.


Pero Susano estaba muy enojado y desilusionado porque no tenía nada salvo un mar muy frio para vivir. Así que fue al cielo, irrumpió en el hermoso cuarto dentro del sol, donde su hermana estaba sentada junto a sus criadas usando vestidos dorados y plateados, rompió los husos, pisoteó los bordados, y en poco tiempo hizo todas las malicias que pudo. Aterrorizó a las pobres criadas. En cuanto a Ama, salió corriendo tan rápido como pudo, y se ocultó en una cueva ubicada en una montaña llena de rocas y peñascos.
Cuando se metió a la cueva y la cerró bien, el mundo entero calló en la oscuridad. Ella era la diosa que dirigía al sol, y podía hacerlo brillar o no según lo deseara. De hecho, mucha gente dice que la luz del sol no es más que el brillo de sus propios ojos.
Sin embargo, hubo mucho revuelo a causa de su desaparición. ¿Qué hacer para que el mundo se iluminara de nuevo?
Probaron de todas las formas posibles. Pero por último, sabiendo que Ama era curiosa y siempre le gustaba ver todo lo que pasara, las otras diosas se pusieron a bailar en la entrada de la cueva.
Cuando Ama escuchó el sonido de los bailes, cantos y risas, no pudo evitar abrir la puerta un poco, para poder espiar como se divertían. Esto era justo lo que ellas esperaban.


“¡Mira aquí!”, gritaron; “Mira esta nueva diosa, ¡es más linda que tú!” y le pusieron delante un espejo. Ama no sabía que el rostro del espejo era sólo el reflejo de ella misma; y, más y más curiosa por conocer a esa nueva diosa, se aventuró fuera de la puerta, donde la sorprendieron y apilaron la entrada con rocas, así nunca más podría volver a esconderse.
Viendo que había sido engañada para salir de la cueva, y que no tenía sentido seguir escontiéndose, Ama estuvo de acuerdo en volver al sol e iluminar nuevamente al mundo, a cambio de que su hermano fuera castigado y se lo enviara lejos por deshonra; no era seguro que viviera allí.
Esto fue hecho. Susa fue expulsado de la sociedad de los dioses, y se le ordenó que no volviera a aparecer. Así que el pobre Susa, habiendo quedado fuera de la tierra de los dioses, fue obligado a volver al mundo de los hombres. Un día, mientras caminaba cerca de un río, vió un hombre y una mujer ancianos con sus brazos alrededor de su jóven hija, llorando desconsoladamente. “¿Qué es lo que sucede?” preguntó Susa. Le contestaron entre sollozos: “Teníamos ocho hijas. Pero en un pantano cerca de nuestra choza vive una gigantesca Serpiente de Ocho Cabezas que viene una vez cada año y se come una de ellas. Ahora sólo nos queda una hija, y hoy es el día en que vendrá la Serpiente para comerla, y luego ya no tendremos ninguna. ¡Por favor, buen hombre! ¿Podría hacer algo para ayudarnos?”
-”Por supuesto”, contestó Susa; “será muy fácil. No estén tristes. Soy un dios, y salvaré a su hija”. Entonces les dijo que hicieran cerveza y les mostró como hacer una cerca con ocho puertas en ella, un soporte de madera dentro en cada puerta, y una gran tina de cerveza en cada soporte. Esto hicieron, y justo cuando terminaron, la Serpiente llegó.

  
Tan magnífica era, que su cuerpo formaba mas de ocho colinas y ocho valles mientras se desplazaba. Pero como tenía ocho cabezas, también tenía ocho narices, lo que le daba un olfato ocho veces mejor que cualquier otra criatura. Así que, oliendo la cerveza desde tan lejos, apenas llegó sumergió cada una de sus cabezas en cada una de las ocho tinas, y bebió, bebió y bebió, hasta que comenzó a marearse. Luego todas sus cabezas calleron dormidas y Susa saltó desde su escondite, tomó su espada, y las cortó. También cortó el cuerpo en piezas. Pero, extrañado, cuando estaba cortando la cola, la hoja de su espada se partió. Se había chocado contra algo duro. Como la Serpiente estaba muerta, no había peligro en averiguar lo que era y descubrir el objeto.
Se trataba de una espada adornada con piedras preciosas, la espada más bella jamás vista. Susa tomó la espada, y se casó con la hermosa joven; y fue muy amable con ella, a pesar de lo grosero que había sido con su pequeña hermana.
Pasaron el resto de sus vidas en un hermoso palacio, construido especialmente para ellos. El padre y la madre ancianos también vivieron allí. Cuando los padres de la jóven, Susa y su esposa murieron, la espada pasó a sus hijos, y luego a sus nietos. Ahora pertenece al Emperador de Japón, quien la guarda como su tesoro más preciado.

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